martes, 4 de septiembre de 2018

¿Facebook arruina nuestra psiquis?

“Este esfuerzo por conseguir que cada cual apruebe aquello que uno ama u odia es, en realidad, ambición; y así vemos que cada cual apetece, por naturaleza, que los demás vivan según la índole propia de él. Pero como todos lo apetecen a la vez, a la vez se estorban unos a otros, y como todos quieren ser alabados y amados por todos, se tienen odio unos a otros….”
Baruch Spinoza, Ética III, XXXI
 1. En Retratos de una obsesión (Mark Romanek, 2002), Robin Williams dio un giro a su carrera de comediante para encarnar a Sey, un hombre solitario que trabaja en una tienda de revelado, esos negocios donde las personas llevaban antaño sus rollos de película para obtener sus fotografías. Sey no tiene familia y lo mejor que puede hacer con su tiempo libre es mirar las fotografías de las personas que si la tienen, pasa sus largas horas vacías revoloteando sobre ese mundo que no le pertenece, un poco como hace todo el mundo que con Facebook o Instagram pueden pasar días enteros viendo postales de las vidas ajenas.
2. Con el correr de la historia comprendemos que Sey está loco. Se ha obsesionado con la felicidad de cierta familia y a toda costa quiere ser parte de ella. Vive fuera de sí mismo, en un limbo entre lo que anhela pero jamás podrá ser. ¿No nos ponemos nosotros continuamente en esa delicada situación cada vez que accedemos a las redes sociales, ocasión en que somos bombardeados por la vida de los otros? Por supuesto, nosotros no somos incipientes psicópatas como Sey pero… ¿qué es lo que ocurre de todas formas al interior de nuestras mentes?
3. Hace poco salió a luz el caso de Jessica Wongso, mujer indonesia que le echó cianuro al café de su amiga por que esta “era demasiado feliz.” Básicamente la mujer no toleró que alguien más tuviese una existencia más dichosa que la de ella. Como la furia de la madrastra de Blancanieves cuando el espejo encantado le dice que ella ya no es la mujer más bella de todo el reino. No trato de decir que Facebook provocará algún día homicidios en masa, sino simplemente que su mayor efecto parece ser el oscurecer nuestro ánimo al tener que cotejar nuestras vidas con ese promedio tan dichoso que hay allá afuera, esa suma de vida congeladas siempre en el punto de mayor realce, de máxima iluminación.
4. El otro día leí el estado de un conocido que decía: “llevo meses sin venir por estos lados, muy deprimido y lleno de problemas económicos y de salud, pero ahora que me aceptaron la beca de doctorado para ir a Brasil puedo volver…” Básicamente salió de su cueva para saludarse a sí mismo y buscar el reconocimiento perdido durante todos esos meses de infamia. El gesto es mitad honesto, mitad desesperado. Es tan obvio su pedido de atención como sincero que uno ya no sabe que pensar. Todos necesitamos ciertas dosis de reconocimiento para reafirmarnos, para saber que vamos por el camino correcto y nuestra vida tiene algo de sentido y no es un devenir caótico en medio de un océano de injusticia y entropía creciente. Una tabla a la que aferrarse en medio del naufragio, como esa puerta a la que se sube Kate Winslet en Titanic, pero que no deja espacio suficiente para Leonardo DiCaprio, que como todos sabemos, muere congelado.
5. La luz pertenece al ámbito de lo público, la oscuridad al ámbito de lo privado. La tristeza es tabú en Facebook. Al menos la propia tristeza. Se puede postear sobre las tragedias que afligen al mundo, pero es raro que la gente quiera ahondar en su propia desgracia. Mejor poner unas cuantas frases motivacionales encima para tapar. Lo que hacemos continuamente es poner una imagen delante de nuestra persona, un cúmulo de imágenes ahora que predomina el imperio de la selfies, un muro como el que quiere levantar Trump en la frontera con México, una forma de mantener alejado todo aquello que tememos de nosotros mismos y de paso, ver reafirmado todo lo bueno (verídico o inventado) gracias al reconocimiento de los otros.
6. Si me levanto por la mañana, tras haber pasado una mala noche por los problemas del trabajo e incipientes problemas de salud. Si mientras me tomó el café, leo en la pantalla de mi notebook que Juan se compró un auto nuevo, que Pedro está de vacaciones en el caribe, que Luís tiene una increíble polola nueva. ¿Qué puedo hacer sino sentirme cada vez más desgraciado? Puedo fingir alegría por ellos y poner el “me gusta” de rigor, pero todo eso es de una falsedad absoluta. ¿Acaso uno no quisiera que todos aquellos que parecen estar mejor que uno se fueran al infierno? ¿El triunfo del otro no es siempre una bofetada en el propio rostro?
7. “Nadie toma fotografías de algo que desea olvidar” dice Sey cuando la policía le pregunta por su actuar criminal. Por lo general uno quiere tapar las partes oscuras de su vida. Pero poner encima las partes luminosas de las vidas de los otros, ¿es realmente de ayuda? ¿Y cuánto debemos realmente preocuparnos por las vidas de nuestros familiares, amigos y conocidos? ¿No debiera estipularse un cierto límite? Como esa historia donde Voltaire es invitado a participar en una orgía y él acepta alegremente. Sus amigos lo ven tan contento que acabada la jornada lo vuelven a invitar para la semana próxima pero Voltaire se niega: “una vez es filosofía, dos es perversión” argumenta. Pareciera necesario entonces limitar la presencia del otro. Quizás debiéramos aproximarnos a esa forma escandinava de estar en el mundo, de vivir nuestra vida atentos a su propio significado más que perdernos en los vaivenes de las existencias ajenas; la llegada al fin de la sobriedad y la paz ante una época de exhibicionismo desbordado.
Foto: Like A Vision (fotograma), de Mr. Thoms

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