Luego de cumplir 70 años, el célebre artista español abre las puertas de su casa de Madrid para hablar de su actividad creativa, la vida sedentaria, el Perú y la nostalgia que prefiere evitar.
"Lo primero que quise fue marcharme bien lejos". Para Joaquín Ramón Martínez Sabina (Úbeda, 1949), un tren y la llave de una pensión en Granada significaban la libertad. Tenía 17 años cuando se fue de Úbeda, de la casa de sus padres Adela y Jerónimo, a estudiar Filología Románica a Granada. Y 24 cuando empezó a cantar y tocar guitarra en bares y restaurantes exiliado en Londres, ciudad tan lejana para él que antes de conocerla se la imaginaba como "el espacio sideral". Ahí trabajó de mozo, hombre-anuncio y maquillador de muertos antes de empezar a cantar acompañado de una guitarra, vocación que lo llevó hasta a cantarle por su cumpleaños a George Harrison en un bar, cosa que el Beatle recompensaría con cinco libras que Sabina todavía tiene en algún rincón de su casa. "Yo soy yo por puro accidente", diría el andaluz. "Iba a ser profesor de Literatura en un instituto de provincias a lo Machado. Y es bastante probable que hubiese escrito libros de poesía que no hubiera leído nadie". Ahora, con más de 12 discos grabados en estudio y una popularidad que, le gusta pensar, se la debe a que sus canciones no son hechas ni con la computadora ni con la calculadora, sino con el cerebro y el corazón, la sombra de los bares, las amanecidas y los excesos quedaron al otro lado de las puertas que pinta con plumones, o con lo que encuentre. Sabina no sale a la calle. Aparte, no se baña en el mar hace por lo menos 15 años. No escucha música ni tiene llave de su casa.
El flaco Sabina
ya no está tan flaco. Sabina es ateo, tímido y provocador, lúcido e
inocente. Es también su voz ronca y el tequila en copa. Sus anillos de
calavera y su insaciable apetito por los libros. Sus dibujos de madonas
con aureolas y tetas grandes, y los cartelitos colgados en las paredes
de su casa que dicen "Prohibido escupir en el suelo". Por lo menos hay
tres, aunque rastrear cualquier cosa en sus paredes termina siendo un
desafío exhaustivo. Es jueves por la tarde y en su casa en el centro de
Madrid, con pantalones amarillos, zapatillas, con un cigarro apagado en
una mano y en la otra un encendedor, se acomoda para empezar con la
entrevista que planeábamos hace tanto. Sabina acaba de cumplir 70 años.
Pero a sus 50 y 20 no hará un elogio de la vejez. "Nostalgia, ninguna",
dispara.
—¿Cómo celebró sus 70 años?Mi
cumpleaños lo celebré dos veces. Primero en setiembre porque el número
69 es mi favorito, aunque si miras el Kamasutra, es una postura muy
fatigosa cuando tienes esa edad [risas]. Entonces, aprovechando que mi
amigo el torero José Tomás había traído un mariachi maravilloso de
México, para mi primer cumpleaños hicimos una fiesta inolvidable con mis
amigos de Madrid: Serrat, Leiva, Luis García Montero, Benjamín (Prado),
Almudena Grandes. Toda la gente con la que realmente vivo. Yo quería
que mis amigos vieran a un buen mariachi, porque acá en Madrid son muy
malos.
—Hubo otro regalo que lo sorprendió aparte del mariachi.Sí,
lo que me regaló Jimena [su esposa] fue una sorpresa tremenda. Me trajo
un tríptico de Francis Bacon. Que nadie se asuste, no son tres óleos
tremendos, son litografías y son maravillosas.
—¿Cómo está de salud?Pues
estoy muy bien. Ya me han dado el alta definitiva. Yo creo que el único
problema que tenía era que cuando caminaba me molestaba la pierna,
porque me acaban de poner un stent por un problema en la pierna derecha.
Así que espero seguir estupendamente porque dentro de 20 días voy a ser
el pregonero del Carnaval de Cádiz, que es muy disparatado y genial.
Pienso patearme todo Cádiz.
—A los 70, ¿cómo le da pelea a la vejez?No
lo sé, viviendo cada día. Yo no he tenido nunca visión a largo plazo,
no he hecho nunca una cosa pensando en el año que viene. Solo sé vivir
el día a día. Y en el día a día, por lo pronto, tengo la suficiente mala
salud de hierro para seguir disfrutando. Cuando no la tenga, ya veré
qué carajo hago.
—Lo han descrito como un "antiestrella". ¿Cómo se definiría?Nunca
me ha gustado el estrellato. Yo me considero un trabajador de la
cultura, fundamentalmente en la letra de las canciones, en la poesía,
que también escribo y publico. Pero yo no quería ser famoso, yo quería
ser cantante o poeta, lo de la fama es un traje añadido que te ponen y
que generalmente te queda demasiado grande o demasiado pequeño.
—¿Le incomoda ese traje añadido?Sí,
por eso vivo bastante alejado de eso, haciendo lo posible y hasta lo
imposible porque me dejen tranquilo y no pertenecer para nada a ese
mundo que tú llamas el estrellato.
—¿Está preparando un nuevo disco?Estoy empezando a escribir cosas, y para octubre espero ya tener un puñado de canciones nuevas y empezar a grabarlas.
—Este año hará una gira junto a Joan Manuel Serrat.Sí, en octubre haremos unos diez conciertos en Latinoamérica. Siento mucho no ir al Perú esta vez.
—En alguna
entrevista dijo que no tiene capacidad de rencor sobre las críticas.
¿Qué sintió cuando lo criticaron por abandonar el último concierto que
dio en Madrid en junio del año pasado? Esto nunca lo he contado,
pero yo estaba llorando en el camerino, con un ataque de desesperación y
diciendo: "No puedo, no puedo, no puedo". Noté que estaba al 20 por
ciento de mi capacidad, que no me salía la voz, y antes de que fuera más
grave decidí irme. Pero las críticas no solo no me dolieron, sino que
me parecieron muy benignas.
—Ha dicho que la música consuela, pero nunca escucha música.No
escucho música porque me gusta demasiado y me influye mucho. No puedo
hacer nada si estoy escuchando música; se me va la cabeza. Pero cuando
empiezo a escribir canciones escucho un poquito porque en lo único que
pienso es en eso.
—¿Qué escucha cuando está escribiendo?Dylan,
Cohen, Georges Brassens y algunos italianos que me gustan mucho.
También tango y José Alfredo Jiménez. Pero en mi vida diaria prefiero un
buen libro un millón de veces. Mi gran pasión es el lenguaje.
—Y sin un libro sobre la mesa de noche, ¿qué lo consolaría?Volvería a mi vida canalla [risas].
"TAN JOVEN Y TAN VIEJO"Sabina
no sale a la calle a menos que haya una comida o tenga una cita con el
doctor. Sin redes sociales y sin celular, se sumerge en la
clandestinidad para escribir y dibujar sin más distracciones que las
maratones de series policiales que ve en la televisión o el paso
silencioso de sus seis gatos, amantes de su cama y, algunos, de las
cremas catalanas que se come.
—¿Cómo está al día del pulso de la calle sin salir de su casa?Porque
leo tres periódicos al día y veo todos los telediarios. Porque tengo un
oído muy fino, a casa viene mucha gente y les tiro de la lengua y me
cuentan. Y, si estoy viajando, siempre leo un periódico del lugar en el
que estoy.
—Disfruta mucho la prensa chicha peruana, además. Sí,
eso me encanta. Me encanta la barbaridad, la falsedad, la austeridad,
ese choriceo, el canallerío horrible, esas fotos de tías en bañador
[risas]. Las declaraciones, los titulares me encantan.
—¿Cuál cree que es la enfermedad del Perú?La
inconsistencia del Estado, que no se ha conseguido hacer un Estado
fuerte, con una Constitución que respete todo el mundo. Creo que la
corrupción es muy grande y a unos niveles muy misios, como decís
vosotros. Pero hay algo que me gusta muchísimo del Perú, y es que es un
país fundamentalmente de escritores y de poetas. Así lo conocí yo.
—¿Qué fue lo primero que conoció del Perú?Los
"Poemas humanos" de César Vallejo, que me deslumbraron a mis 18 años en
la universidad y que no me han dejado de acompañar ni un momento. Y
luego tuve la enorme suerte de ser amigo de Mario Vargas Llosa y ser
hermano de Alfredo Bryce, que ha dormido en esta casa un montón de
veces, y que ha escrito las dos novelas más divertidas: "La vida
exagerada de Martín Romaña" y "El hombre que hablaba de Octavia de
Cádiz". Mi casa está siempre llena de peruanos y me gusta mucho que sea
así. Mi familia política es mi familia más querida.
—A Vargas Llosa lo conoció gracias a un libro. Sí,
cuando se enteró de que yo tenía la primera edición firmada del
"Ulises" de [James] Joyce no me creyó. Entonces lo invité a casa para
que la vea. Ahí nos hicimos amigos, y además yo me conmoví mucho porque
no he visto a nadie pasar las hojas de un libro como si fuera sagrado.
Ahora, desde que está con la Preysler no lo he vuelto a ver, pero yo no
juzgo esas cosas, me parece estupendo que esté enamorado.
—¿El "Ulises" de Joyce es lo más preciado que tiene?No,
es lo más caro [risas]. Lo más preciado son todas las primeras
ediciones de Vallejo, incluidos "Los heraldos negros" y los "Poemas
humanos".
—¿Se considera machista? Desde
luego no me libro de la educación católica, machista y franquista que
tuve, como todos los españoles de mi generación. Imagino que algo habrá
por ahí, pero yo lucho todos los días contra mí mismo por encontrar
dónde está lo correcto y la verdad. Creo que ninguna de las mujeres que
ha vivido conmigo diría que soy machista.
—Hay gente que piensa que sus canciones son machistas.Creo
que hay un feminismo que se excede. Si por determinadas feministas
fuera, nunca se habría publicado "Lolita" de Nabokov ni se hubieran
hecho muchísimas de las películas que amamos. La guerra que llevan
contra Woody Allen es tremenda, porque además fue a juicio por todas las
cosas de las que lo acusan y salió absuelto. Y perderse a Woody Allen
me parece un pecado de lesa cinematografía.
—Por otro
lado, hay quienes opinan que la frase "Ni una menos", y el mensaje que
está detrás, le quita relevancia a toda violencia que no sea hacia el
género femenino.Yo creo que las estadísticas de la brutalidad
masculina contra las mujeres son reales y son insoportables. Así que,
visto el panorama, creo que estos hombres son unos bestias y animales.
—¿Está a favor del aborto?El
aborto me parece una tragedia, pero creo que las mujeres deben decidir
sobre eso y que tiene que estar legislado. Cuando yo vivía en Londres,
el aborto en España estaba prohibido y cientos de españolas fueron a
abortar. Yo casi siempre iba al aeropuerto a recibir a alguna amiga. Yo
soy un poco como decía Pasolini: "Lucharé todo el tiempo para la
legalización del aborto, y una vez que se legalice emplearé las mismas
fuerzas para luchar contra el aborto".
—"No estoy a favor de la nostalgia", ha dicho. ¿De qué está a favor?De
la memoria. Creo que hay que acordarse de todo y que todo te nutre y te
enriquece, pero no creo en absoluto que cualquier tiempo pasado fue
mejor. Todos los artistas que admiro, casi sin excepción, hablan de la
infancia como el terreno mágico de donde viene toda su obra. Yo en lo
absoluto. Hasta que no tuve 18 o 20 años y estuve en la universidad y
fui libre de ir a donde quisiera y con quien quisiera no me sentí un ser
humano realizado. Así que nostalgia, ninguna. De hecho, si me dieran la
opción de volver a mi juventud, yo diría que no.
—Ha dicho que la vejez la lleva bastante bien, ¿no le tiene miedo a la muerte?No,
le tengo muchísimo miedo al deterioro, por eso dije antes que mientras
pueda seguir viviendo con una calidad de vida como la que aún sigo
disfrutando, tendré buen carácter. Lo he pensado muchas veces: quedarme
ciego y no poder leer me parecería una pérdida de vida que no sé cómo
llevaría. Lo peor, también iba a decir, sería que el médico me prive de
fumar, pero ya me lo llevan prohibiendo 30 años [risas].
—Le acaban de regalar un cigarro electrónico. Sí, y no pienso probarlo.
Antes de
terminar la entrevista, con el tequila a la mitad de la copa y
prendiendo otro cigarro, recuerda que hace muchos años le llegó a casa
una invitación para el cumpleaños de un judío muy rico relacionado al
arte. Para su fiesta, había contratado nada menos que a los Rolling
Stones para un concierto privado. "La tarjeta decía que los caballeros
teníamos que llevar esmoquin. Como nunca he tenido uno y, además, nunca
he dejado de ser un cateto de pueblo, dije que a mí ni él ni nadie me
dice cómo tengo que vestirme para una fiesta. Y no fui", cuenta. ¡¿Y se
perdió a los Rolling Stones?!, le pregunto sorprendida. "¡Sí!",
finaliza, y la tos se confunde con la carcajada. Yo lo miro y pienso:
"Claro, 'Like a Rolling Stone'".
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