El cantante y sus amigos más cercanos hablan en la primera biografía autorizada del artista.
El primer regalo que le hizo su padre a Alejandro Sanz (1968, Madrid) fue una raqueta y él no dudó: aquel era un objeto fantástico para ponerse frente al espejo imitando que tocaba una guitarra. No quería ser cantante, quería escribir canciones. Por eso, en su juventud de estudiante mediocre era alternativamente el colega que animaba la fiesta y el friki que siempre andaba acompañado de un lápiz y un bloc de notas.
Con
tanta poesía en la cabeza, los estudios flojeaban. Hasta que se topó
con Vicente Ramírez, un profe que le transmitió tanta seguridad en él
mismo que decidió no defraudarle. Sanz acabó el curso con notable y el
mentor se convirtió en su maestro para siempre. La persona de
confianza a quien llamó cuando el éxito desbordó cualquier previsión y
necesitó a alguien para encargarse de sus asuntos; y una de las raíces
que le mantuvieron anclado al suelo hasta que su muerte prematura rompió
cualquier plan de futuro.
La familia, los inicios, la perseverancia, los tropiezos,
los amigos, las canciones, las idas y venidas de este artista que se ha
convertido en un fenómeno de masas y que es música desde que se levanta
hasta que se acuesta, es la esencia misma de Alejandro Sanz #Vive, la primera biografía autorizada del cantante, escrita por Óscar García Blesa, y publicada por Aguilar.
Sobre la religión quienes conocen a Sanz afirma que es
creyente pero no está de acuerdo con la doctrina católica. “Yo creo,
pero no soy como Juan Luis Guerra, que incluso es pastor”, dice en uno de los pasajes del libro. “Recuerdo que volvíamos del Concierto por la Paz
que organizó Juanes en Colombia y en medio del viaje el avión empezó a
moverse y yo me moría de miedo, así que le dije a Juan Luis: 'Oye, tú
que tienes mano con Dios, habla con él”. Por algo afirma que solo es
Alejandro Sanz y no san Alejandro: “Mis primeros años conformaron una
fase en la que pasaron muchas cosas. En España, a los veintitantos años
es normal querer quemar garitos, y al menos yo puedo contarlo. Componer
puede ser destructivo a veces. No puedes cantar canciones que emocionan
jugando al golf”.
Juanes, Shakira, Juan Luis Guerra, Antonio Carmona, Niña Pastori, Malú... se cuentan entre sus amigos. También Miguel Bosé, en cuya casa de Somosaguas vivió con su primera mujer, Jaydy Michel, casi año y medio mientras acababan las obras de la suya. Allí compuso El alma al aire, Cai
para Niña Pastori y canciones para Antonio Carmona. “En aquella época”,
cuenta Alejandro en su biografía, “Lucía Bosé se fue a Segovia y su
habitación se convirtió en mi estudio. Me pasaba tocando hasta las cinco
o las seis de la mañana. Había un interfono con la zona de la casa
donde estaba Miguel y a veces me llamaba en mitad de la noche: 'Te ha
fallado un acorde ahí'. Bosé reconoce que intentaron componer juntos
muchas veces sin éxito: “Amo su música, pero no sé cómo agarrarla”.
Bosé también fue testigo de la época pictórica de Sanz. Una
de las veces que llegó a su casa de Miami, Alejandro le dijo a Bosé:
“Quiero enseñarte algo: ¡pinto!”. Esa misma noche Bosé le observó
mientras pintaba con Rachmaninov como música de fondo: “Miraba y no daba
crédito”, dice el intérprete de Bandido en el libro. Cuando
Alejandro dio por finalizado su momento creativo, él solo atinó a
decirle a su amigo: “Me parece que voy a empezar a cogerte manía. Buenas
noches”.
El exministro de Justicia José María Michavila también forma
parte de sus afectos. Se conocieron en un curso de inglés en Londres.
Hablaron de ETA cuando el asesinato de Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco
incendió la opinión pública. “Alejandro”, explica Michavila, “siempre
me decía: 'A por ellos. Nada de guerra sucia ni nada ilegal, pero con
toda la ley. Ya está bien de financiar a ETA con nuestros impuestos”.
Miles de anécdotas de gente cercana de este cantante que tiene nociones enciclopédicas de flamenco, creció arropado por los acordes de la guitarra de Paco de Lucía y sabe que su gran triunfo son sus cuatro hijos y Raquel Pereda,
la mujer que le conoció en una furgoneta de cristales tintados. “No le
gusta lo domesticado”, dice Pereda, “adora el mar, es muy generoso con
sus amigos y necesita sus espacios. Es como si nunca dejara de pensar,
de crear. Sus únicas guerras las libra contra sí mismo, y por eso hace
bien lo que se propone”.
Al único pero de su éxito Alejandro Sanz también le ha
puesto verso: “La fama es el castigo divino que Dios da a los artistas”.
Y a él le reconocen hasta disfrazado con rastas y gafas de sol, como
ocurrió en una ocasión en la que quiso pasar desapercibido y alquilar un
barco junto a Pepe Barroso, otro de sus incondicionales.
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